La opinión pública en los tiempos líquidos

Opulencia mediática en el sargazo informativo

Si revisamos el pasado, remoto y no muy remoto, la opinión pública fue un constructo que funcionó en los Estados modernos, democráticos, que dialogaban para construir acuerdos y donde la opinión pública era un ágora ampliada para presentar y representar los intereses individuales y colectivos; tal y como lo describió Tocqueville en su Democraci en América.

Era un espacio o espacios instituidos para alcanzar una Voluntad General a partir de los consensos que permitían a todos, mayorías y minorías, convivir y conformar un Estado de Derecho. Un mecanismo que garantizó cierta gobernabilidad pero que siempre se manifestó débil, ya que la lucha por el poder mezcla la racionalidad y la comprensión fraterna, comunitaria e individual, con la subjetividad egoísta, incluso autista, de los grupos y de las personas.

La opinión pública arcaica, la griega o la romana, también eran espacios instituidos pero acotados, reservados para los aristócratas-ciudadanos (cosa de patricios y no de esclavos o de mujeres), que no sólo excluían sino que separaban la vida privada (bios oikos) de la vida pública (bios politikos) a partir de un férreo patriarcado: solo el hombre joven de una familia no esclava griega (Aner) podía preparase para representar a su casa, los intereses privados que se manifestaban en el ágora y en las asambleas. Estos ejercicios, históricos, duraron poco: tanto la democracia griega de Pericles, ateniense, como en la república romana de Mario fueron flores de un día. Siempre emergieron formas pervertidas y procesos autoritarios que desembocaron en monarquías autoritarias o en estados pontificios siempre en guerras permanentes (los Cesares de Roma, la Italia renacentista y sus dogos venecianos que observó Maquiavelo, fundador de la ciencia política moderna); o en guerras civiles moleculares como las que ahora inundan el planeta y que disuelven las formas pacíficas de dirimir controversias y que Enzesberger describe puntual y críticamente en su libro Perspectivas de la guerra civil.

Para los clásicos (Hobbes, Stuart Mills, Rousseau), la Opinión Pública era un espacio para la discusión de los asuntos de interés público, la cosa pública (res-publica), donde las personas, reconocidas como ciudadanos, expresaban sus puntos de vista. Se concebía como un espacio de deliberación supuestamente raciocinante donde los ciudadanos intercambiaban sus puntos de vista y debatían sobre el sentido de las decisiones del Estado y del gobierno.

Pero nunca fue plenamente así; aún en los momentos más democráticos, en la Revolución Francesa, la deliberación raciocinante fue degradada, ya sea por las bancadas desenfrenadas de los girondinos y de los jacobinos en la Convención Nacional o aplacada con la guillotina (Dantón) y los asesinatos de políticos (Marat); finalmente la democracia terminó en un Termidor, un golpe de Estado y en la restauración de la monarquía con Napoleón al frente. Tardarían muchos años en hacer posible la declaración de los Derechos del Hombre y fincar las bases de un Estado de Derecho.

Hasta la llegada de la democracia moderna, liberal burguesa, que ciudadanizó a la sociedad, la secularizó, fue posible hablar de una opinión pública de masas. Coincidió con el nacimiento de la prensa escrita. Desde esta perspectiva, la opinión pública se expresaba en los medios de comunicación y se manifestaba, se concretaba, en las urnas como comportamiento electoral. Los periódicos eran los portavoces de los grupos de ciudadanos; representaban sus intereses de clase y se definían como conservadores o liberales, incluso comunistas o anarquistas. Había periódicos que representaban a las clases sociales sociales: los obreros, los empresarios, los banqueros, etcétera. Siempre orbitando en torno al fenómeno del poder y del Estado (Lenin decía que la prensa era un conjunto de aerolitos gravitando alrededor del Estado); de ahí que se afirme que la vocación estructural del periodismo es narrar lo que hace el Estado y sus gobiernos.

En los tiempos modernos, ya en el siglo XX, la opinión pública se constituía por grupos de discusión (redes sociales presenciales) que convocados por un líder de opinión1 que funcionaba como un influencer de hoy; podía ser el carnicero, el peluquero, el sacerdote, el cantinero, el tendero, el cacique de un pueblo o una comunidad, el comentarista de moda; o el patriarca de la casa que discutía bajo los formatos de una tertulia o conversatorio face to face. Constituían una red de relaciones “que en la práctica constituyen circuitos de liderazgo que están compitiendo en el seno de la comunidad”.

Era, según Kimball Young, el catalizador de las informaciones y el intérprete de las mismas. Young señalaba que este líder de opinión era un mediador que conformaba la opinión colectiva: “Los líderes de opinión son, por lo tanto, las ‘autoridades cognitivas’, aquellos a los que preguntamos, a los que tener fe y en los que creer. Obviamente, incluso en este nivel las
opiniones y las autoridades cognitivas están diversificadas: pero con mayor razón cada grupo escucha a un determinado líder. Los líderes de opinión local hacen, pues, de filtro y también de prisma de las comunicaciones de masa: pueden reforzar los mensajes retrasmitiéndolos extensamente, pero pueden también desviarlos o bloquearlos declarándolos poco creíbles, distorsionados e incluso irrelevantes”.

Desde esta perspectiva la opinión pública era y es un mecanismo complejo que combina variables psicológicas y variables sociales: el etorno interpersonal, la filias y las fobias políticas, la predisposiciones ideológicas (sustrato ideológico del sujeto), el papel de los actores polìticos y los partidos, la relativa influencia de los medios de comunicación; y sobre todo: “…cómo la influencia personal refuerza las predisposiciones y normas
políticas tradicionales”.

Kimball Young


En este modelo, lo líderes de opinión eran proclives a leer, oír y ver, allegarse información y luego interpretarla, eran los heavy users de la información que provenía de los medios (prensa, radio y televisión). Para Young la opinión pública era un conjunto de redes sociales presenciales guiadas por un líder de opinión. Cada líder tenía su grupo de interés (clientela o seguidores) y basaba su mayor o menor influencia en su manera de coincidir con las representaciones del grupo al que pertenecía y por la manera de interpretar los acontecimientos (claridad y sencillez); era pues, un representante de una manera de percibir el mundo que explicaba los acontecimientos públicos y fijaba una posición; un interprete (mediador) de los acontecimientos y sus novedades.

Los medios eran frecuentados por el líder más que por sus seguidores y éste
seleccionaba los asuntos relevantes y el enfoque para interpretarlos. Se sabe que la opinión pública se configura a partir de representaciones internalizadas por una persona y que comparte con su grupo de pertenencia; sus opiniones, lábiles, están condicionadas por sus esquemas representativos, sus modelos para percibir lo que sucede, que han sido
consolidados a través de los procesos de socialización, aprendizaje social-cultural. Es sabido, también, que los códigos culturales maniatan a los códigos perceptivos y cognitivos (cosa que demostraron con suficiencia Abraham Moles y Manuel Martín Serrano). Se puede afirmar que las opiniones no modifican significativamente las actitudes ni los comportamiento sino que son un reflejo de las actitudes y el comportamiento de los grupos sociales.

En política, la opinión pública es al mismo tiempo un instrumento de posicionamiento y un espacio para conocer el tamaño de la animadversión de los opositores/adversarios de los actores políticos y de las acciones del
gobierno; donde lo importante es, por una parte, localizar a los líderes de opinión (los influencers) y abastecerlos de información que refuerce sus creencias y la vincule a una actitud y a un comportamiento político/electoral y por otra parte, una manera de ser conocido y reconocido por públicos heterogéneos y masivos tratando de disminuir la animadversión.

Cuando las contiendas electorales son muy reñidas y la distancia entre los
candidatos es mínima es posible que las opiniones desfavorables, fincadas en desaciertos o desprestigios de los candidatos, puedan ser decididas por ciudadanos indecisos.

Históricamente, la Opinión Pública, como institución, permitió y permite, todavía, disminuir la carga de violencia que entraña la lucha por el poder pero también puede dividir y fragmentar a las sociedades, volverlas más confrontadas, violentas e irreconciliables. Al parecer, ahora lo que observamos es que el sueño de Tocqueville se volvió pesadilla: muchas opiniones diversas, divergentes, opuestas mitigarían, decía, los excesos de un pensamiento y una opinión única; pero lo que ha pasado es que, a pesar de que muchos opinan, no hay muchas opiniones diversas sino pensamientos condensados, únicos, conservadores, estereotipados, autistas y narcisistas (pobres expresivamente); que no sólo anulan el pensamiento único sino que lo disuelven creando una diversidad perversa: un océano de opiniones mediatizadas y estereotipadas, reificadas.

La opinión pública líquida: de los grupos de discusión presenciales burbujas digitales (granjas informativas virtuales)

Ahora, ya en pleno siglo XXI, las cosas han cambiado; pero siguen existiendo redes dirigidas por un líder de opinión, son redes virtuales tan poderosas como las de la opinión pública de los siglos pasados.

Los influencers (líderes de opinión del periodo líquido) se han virtualizado y no tienen clientelas presenciales sino clientelas virtuales que coinciden en sus formas de percibir y representar el mundo, igual que sucedía en la opinión pública del siglo XIX y XX: se “informa-discute” en una comunidad virtual que funciona como holograma de los grupos de pertenencia: una granja informativa autista donde se siembran opiniones y refuerza actitudes.

Ahora el influencer recibe y cataliza opiniones de todos a través del conocimiento inmediato de un evento social trascendente (abreva en el ciberespacio y en otras fuentes). El influencer es un personaje con un alto grado de alfabetización digital, con dominio de los lenguajes hipertexuales que requiere el uso del internet; en este sentido, sigue siendo un líder de opinión con habilidades tecnológicas renovadas y narrativas transmedia que lo hacen un animador en el consumo de noticias, es el sembrador de la granja y el administrador de las colmenas informativas que habitan las granjas.

La opinión pública en los tiempos líquidos se ha virtualizado, disminuyendo su naturaleza presencial; no solo como soporte de las interacciones, de las conversaciones, sino como un nuevo modelo dramatúrgico centrado en la visibilidad del yo y en el uso de las
transnarrativas y que permiten al individuo pontenciar sus opiniones y protagonizar nuevas formas para discutir; de igual manera, con el soporte de las tecnologías de la información se ha logrado que el número y velocidad de las informaciones se incrementen y que desde una exomemoria en continua expansión se pueda, con técnicas de montaje y
edición, modelar opiniones y consensos. Además, las redes virtuales se ramifican rápidamente; son mayores que las presenciales y los influencers conducen a miles de seguidores ausentes (robots o no robots), deslocalizados, atemporales con opiniones parecidas que frecuentan o habitan los grupos de pertenencia virtuales, granjas informativas, que seleccionan e interpretan los acontecimientos y establecen el curso de
las disputas verbales con otras granjas informativas con las cuales antagonizan en tal o cual tema y “debaten” sin llegar acuerdos ni siquiera contemporizar.

Las granjas informativas son relativamente estables en el tiempo; pero a diferencia de los grupos de discusión/opinión presenciales de la epoca moderna/sólida, las granjas de la era líquida se constelan inmediatamente (se visibilizan) y desconstelan (invisibilizan) rápidamente dependiendo del tópico o de su subjetividad. Igual que en los tiempos sólidos, las colmenas de las granjas, elaboran códigos para excluir al intruso que se cuela en la granja: si alguien quiere penetrar a una granja con una opinión diferente es excluido/rechazado, acosado y desterrado de la granja.

Cabe decir, que la conversaciones en las redes virtuales, sean orgánicas o robotizadas, siguen siendo doxas, opiniones argumentalmente débiles, muy ricas en subjetividad, propensas a la descalificación y al insulto del que plantea algo diferente, sin ningún decoro verbal. Como dice Carlos Pereda, son vértigos argumentales basados en un conocimiento blandengue lleno de un sentido común reduccionista y empobrecedor.

La razón y el respeto no habitan en estas disputas posmodernas pero, cabe decir, tampoco eran la regla en los tiempos modernos. La opinión pública en los tiempos líquidos es muy etérea, lábil y fronteriza: crece espontáneamente y luego se disuelve para pasar a otro acontecimiento, es presentista, coyuntural y pocas veces sigue causas o éstas son lo suficientemente efímeras para continuar en una corriente (stream) que llaman viralizar o hacer explotar las redes; una ristra paranoide de trends topics; de tormenta en tormenta informativa, de shitstrom a shitstorm. Los casos son muchos: los escándalos de abusos sexuales, las grabaciones que exhiben a personajes y a sus reputaciones, las filtraciones que conmueven fugazmente, los trascendidos que abastecen la posverdad y los montajes fake, etcétera.

Una hoguera donde el público observa cómo se quema y evapora la credibilidad y donde el público termina más confundido y menos informado. O tal vez reafirmado en sus prejuicios y perjuicios.

En la opinión pública líquida de hoy, la construcción de acuerdos y de consenso para mejorar nuestra habitabilidad social es poco frecuente o inexistente. predomina el maniqueísmo, el autismo informativo de los periodistas/políticos/influencers y un recuento de asombros sobre la infinita decrepitud e ineficiencia, insolvencia, de la vida pública, de los políticos y de la política. Un conjunto de iras colectivas oponiéndose a la corrupción y la mentira ancestral de los políticos que al polarizarse, anulan el acuerdo o el consenso.

Una ruptura de lo que significa la democracia formal, la cual está cimentada la construcción del interés colectivo a través de la discusión de los asuntos públicos (la respublica), lo que Rosseau llamaba Voluntad General. La disolución de la opinión pública: influencers narcisos y zargazo informativo. Poco conocemos sobre los efectos que la disolución de la opinión pública tiene sobre el sistema democrático y el sistema social; y los cambios, positivos o negativos, para la actividad política y si este proceso de disolución de la opinión pública sólida (moderna burguesa) anuncia una nueva forma de construir el poder.

Lo que sabemos es que banalizan, trivializan y estereotipan los acontecimientos y que en las conversaciones públicas los intercambios intersubjetivos (opiniones) predominan las descalificaciones y los improperios; donde las informaciones objetivas, veraces no son frecuentes.

Cuando se escucha, se ve o se lee a los influencers o a los comentócratas, lo que vemos son afanadores avivando el fuego de la confusión y la confrontación desde sus posturas esquizoides que llaman imparcialidad y libertad de expresión. Los mismos comentócratas de los medios pueden ser influencers y tienen las características de un líder de opinión del siglo pasado, piensan igual que su grupo de referencia o de su clientela (su granja) y redundan interpretando los acontecimientos desde narrativas preestablecidas por su cosmovisión pero son también, corresponsables de la disolución de la opinión pública y de su reconversión en basura informativa y comunicativa.

Lo que hace a la opinión pública disolverse, en estos tiempos posnormales, es el carácter efímero de las opiniones y la incapacidad para construir acuerdos a partir de aceptar lo diferente y las opiniones contrarias; a final de cuentas, las opiniones no vinculan ni comprometen. Es poco frecuente que un comentócrata o un influencer haga autocrítica de sus fakes o de sus posverdades, él no está comprometido más que en la búsqueda de más trends topics; la vigilancia social asignada a los medios en las democracias
modernas se vuelve una búsqueda casándrica de las catástrofes por venir y del estado de crisis permanente en que vivimos (basta leer los encabezados de los diarios); lo cual hace líquido cualquier argumento sólido y cualquier posibilidad de hacer un uso público de la razón. Lo que prevalece es la confusión y aferrarse a no cambiar dado que lo novedoso o diferente es visto como amenaza y un peligro. La opinión pública termina por ser disuelta en frases de aprobación o desaprobación (likes). Termina por extinguirse en ese lago, ya océano, del sargazo informativo que hoy padecemos.

Eduardo Galeano y las Redes

Según Galeano, “las redes sociales no bastan para ‘depurar’ la nueva raza aria entronizada: la ignorancia. El sistema sigue necesitando la violencia de las instituciones estatales para ‘completar’ las razzias. Desconozco si la aversión a lo diferente estaba en el ADN del Big Bang fundacional del universo, pero la ignorancia siempre ha perseguido y atacado al conocimiento y a su posibilidad: la inteligencia”.


Señaló que “si antes el oscurantismo se arrastraba a la velocidad de carretones y galeones, hoy navega en yottabytes (un yottabyte = un 1 seguido de 24 ceros de bytes), y a la velocidad de la luz. Pudiera decirse que las redes tienen los gobiernos que se merecen. Pero aún ahí hay
resistencia y rebeldía. No falta quien no siga al flautista del trending topic y elija la reflexión, el análisis, la duda, el cuestionamiento.

Una minoría arrinconada y abrumada por influencers y otr@s cretin@s que descubren que la estupidez también conquista fama y reconocimiento social. Pero el potencial de las redes sociales es también su límite: la fugacidad lleva de la nariz los focos de atención y detenerse no es posible si se quiere estar al día. El peor enemigo del escándalo es el escándalo que le sigue casi inmediatamente”.

Aseveró que “los medios tradicionales de comunicación son arrastrados por la borrachera virtual. Casi la totalidad de la prensa escrita no hace sino reciclar lo que es moda en las redes, pero por más que se esfuerce sigue estando a la zaga. Sigue pendiente llenar el vacío de una prensa que
investigue, provoque la reflexión, alimente la inteligencia y aliente el conocimiento”.

A su modo, y con poderosa tecnología, continuó: el sistema combate a la realidad de la mejor forma: creando una alterna y atrayendo a ella la atención y la energía de la gente-gente. Se mira y califica, positiva o negativamente, a los gobiernos por su popularidad virtual, no por sus
decisiones, ni por sus actos, ni por la manera en que afrontan los imprevistos. Así, malos gobiernos triunfan en las “benditas redes”, aunque la realidad real se empecine en marchar hacia el abismo. La realidad virtual cubre con pudor al rey desnudo, y el tirano se presenta como
demócrata, el reaccionario como transformador, el imbécil como inteligente y el ignorante como sabio.

Eduardo Galeano

La comunidades virtuales y sus colmenas: abejas africanas en el ciberespacio

Al disolverse las instituciones de la opinión pública de los tiempos normales, emerge, en un océano informativo contaminado, un nuevo público: las comunidades virtuales, más o menos efímeras, que se constelan ante un acontecimiento que consideran importante, sea público, privado o íntimo y que interactúan en los espacios del ciberespacio (facebook, WhatsApp, Twitter, Instagram, etcétera). Se les llama también redes sociales y están constituidas por personas más o menos reales y por robots automatizados.

Estas comunidades virtuales tienen como característica las de no ser presenciales y ser interactivas; se agrupan de acuerdo a intereses afines y de acuerdo a los eventos o acontecimientos, se generan autopoiéticamente o son guiadas por un influencer que tiene seguidores. Se constelan en torno a un evento, y esperan su amplia difusión (viralización), como una colmena efímera que espera otro trending topic para constelar otra colmena; creando un enjambre de opiniones que abrevan en los escándalos, públicos o privados.

Su éxito consiste en que se haga “viral”; su trascendencia se mide por el número de “seguidores” o de “visitantes” y por la manera en que visibiliza un acontecimiento. Sus narrativas son estereotipadas, cosificadas y sus opiniones sólo refuerzan la historia que cada colmena defiende, sea esta racional o no, incorporan información y datos para desacreditar a la colmena opositora y rara vez logran algún consenso.

No se busca la comprensión sino la exclusión del otro y de lo distinto. Ejemplos: en México, las colmenas chairas (pro López Obrador) o las colmenas fifís (anti-López Obrador); las colmenas feministas y las
antifeministas; las colmenas pro-cambio climático vs las colmenas anti cambio climático; las colmenas pro migrantes vs las antimigrantes, y un larga lista de etcéteras.

Las colmenas polinizan el ciberespacio y lo empobrecen Por otra parte, emergen diversos, múltiples sitios en el ciberespacio (Facebook, Instagram, WhatsApp, etc.) para intercambiar información que ya no sólo trata de los asuntos públicos sino que da cuenta también de los asuntos privados e íntimos: rompe la ley proxémica de las distancias sociales que separaban la vida pública de la vida privada e íntima. Las colmenas polinizan los espacios de interacción invadiendo y anegando las dimensiones de los privado/íntimo con lo público; generando más confusión y gran quebranto en el orden social. En estos espacios prevalecen las narrativas preñadas por la ira y el odio, el prejuicio, el perjucio y las descalificaciones a los que piensan diferente: la razón y el dialogo raciocinante no son frecuentes; y, pocas veces, persiguen alcanzar acuerdos, moderar o alcanzar algún poder; se busca, la mayoría de las veces, solamente destruir la opinión contraria, hacer explotar la imagen y la reputación de quien piensa diferente e ideologizar las protestas sociales y las causas justas. La intervención de las
colmenas/enjambres no es constructiva ni moviliza, en última instancia, a una acción política emancipatoria sino a la despolitización, la inacción y la desafección al sistema político y los políticos. Es una acción disruptora fincada en el presentismo, la trivialización y la banalización de los acontecimientos.

Se podría señalar que estas afirmaciones minimizan el uso libertario y emancipador que han tenido las redes sociales virtuales para visibilizar y movilizar la protesta social; es el caso de la rebelión zapatista, los desaparecidos de Ayotzinapa, la violencia contra las mujeres, el narcotráfico, las éxodos provocados por el hambre y la miseria; la primavera árabe, el triunfo de candidatos libertarios, los libertarios hong koneses, los jóvenes chilenos, nicaragüenses y colombianos, y un largo etcétera. Pero, estas acciones, siguen siendo mediatizadas por las granjas informativas y polinizadas por el enjambre de las colmenas; hasta la fecha, no sabemos qué relación existe entre la visibilización de un atropello o de una injusticia y el cambio estructural, la rentabilidad social o el coste que
eso ha traído. Sin duda, las redes ayudan a realizar acciones concretas y nos ofrecen datos para conocer de necesidades y carencias (indicador de gobernabilidad) pero no tenemos la certeza que construyan nuevos consensos o que construyan gobernanza. Tal vez, como dice el sociólogo catalán Manuel Castells, son medios para indicar explosiones sociales, pero las explosiones sociales no son movimientos políticos, sino presagios de un
cambio social más profundo que habla de una sociedad nueva que todavía no se configura. Las colmenas mediatizan el futuro y lo ideologizan, lo reifican convirtiéndolo en presente y arruinando el porvenir.

Observamos que la opinión pública se disuelve fragmentándose y reagrupándose en un conjunto de colmenas envenenadas, inundadas de sargazo informativo (fakes y posverdades) y alimentadas por influencers y comentócratas narcisistas que se miran en el espejo de su avispero.

Encierran una ira colectiva autodestructiva cuya narrativa comienza por desmantelar al otro y desde un escepticismo autista, de quien se siente
superior moralmente o hastiado, declararse anónimo, escéptico pasivo, periodista objetivo y preguntón alternativo mala leche y políticamente cool: para tirar la piedra y esconder la mano; una cobardía social generalizada escondida en las micro-narrativas de WhatsApp, Twitter y Facebook y escudados en una falsa interpretación de la libertad de expresión.

Conquistas civilizatorias empantanadas en el mundo líquido
Hemos de reconocer que hay un cambio estructural en el contexto comunicativo y en el sistema de la comunicación pública, lo cual reconfiguró los procesos de opinión y de la opinión pública. Se han identificado las siguientes reconfiguraciones de la opinión pública.

  1. La ciudadanía se configura ahora como creadora y difusora de opiniones (contenidos).
  2. Los ciudadanos dejan de ser receptores pasivos (público pasivo) y se convierten en activos.
  3. los medios tradicionales comunicación (radio, televisión y prensa) ya no son la única fuente de información.
  4. Se usa toda la información disponible en el ciberespacio incluyendo a los medios tradicionales y la que se genera por su experiencia presencial.
  5. Las noticias (información que da cuenta de los acontecimientos) sobre los asuntos públicos ahora son construidas haciendo mezclas: medios
    tradicionales+ espacios conversacionales en la red+ experiencias personales.

Las nuevas tecnologías de la información ofrecen ahora un acceso universal a la información y al conocimiento, una mayor capacidad para producir y consumir información y una mayor autonomía de los ciudadanos para acceder a todas las fuentes de información (actores institucionales y personas que navegan en el ciberespacio)17. Sin
duda avances civilizatorios notables. Desde esta perspectiva, la opinión pública se reconfigura ofreciendo un espacio mayor para la deliberación y supuestamente para el acuerdo; sin embargo, estos prestaciones tecnológicas no han logrado elevar las discusiones entre los ciudadanos ni se ha logrado el ideal humanista de que a través del uso público de la razón (Habermas) triunfen los mejores argumentos sobre los argumentos débiles, prejuiciados y descalificadores.

Tampoco, la propuesta de que la comunicación dialogada reduzca los malentendidos (Luhmann); o que disminuya la violencia que entraña la lucha por el poder y que permita construir un Voluntad General a través de catalizar las posturas radicales que polarizan (Tocqueville); ni lograr consensos a partir de construir acuerdos mínimos que que permitan expandir, poco a poco, los derechos y las libertades (Rawls).

Las nuevas tecnologías de la información no han cumplido con su oferta prometeica de conducirnos a una sociedad fraterna, igualitaria y libre; los nuevos medios han sido cooptados por los poderes económicos y políticos y la promesa, utópica, de una sociedad que usa el conocimiento para el bien común ha terminado en una pesadilla, inundada en un sargazo informativo donde los esfuerzos emancipadores, que los hay y son valiosos, son inundados por la ignorancia y la manipulación. Habrá que remar en este
océano y devolver a sociedad el uso libertario de estos medios y luchar contra los nuevos controles que el establecimiento social ya usa para intervenir en la vida y diseñar el futuro de nuestras sociedades.


Opulencia mediática y pobreza expresiva

Por supuesto, existe ahora una mayor libertad para expresarse y para informarse, se cuenta con datos y una exomemoria, universal, enorme y en expansión que hace accesible a todos información y conocimiento como nunca en la historia de la humanidad; se cuenta con tecnologías para poder interactuar con todos en cualquier lugar, a cualquier hora. Y se cuenta con una interactividad que rompe el monopolio de la expresión. Sin duda conquistas civilizatorias pero seguimos siendo pobres en nuestros recursos expresivos y en el uso de la información. Basta con leer los informes sobre el uso de las redes por los cibernautas para darnos cuenta que la afirmación de Abraham Moles se cumple: vivimos en una sociedad cableada, interconectada, que vive en una opulencia mediática que contrasta con una pobreza expresiva muy extendida y profunda.

La interactividad no ha conducido a crear una mejor opinión ni ha logrado construir consensos sino a reproducir las pautas interactivas de la redes sociales presenciales, lo que ha logrado es visibilizar18 lo que antes no visibilizábamos y a crear oleadas de enfado y malestar que todavía no arraigan en formas organizativas duraderas que impliquen cambios políticos, son como dice Castells, síntomas de movimientos sociales de ruptura que anuncian otra sociedad que bien a bien no sabemos hacia dónde camina.

La ataraxia de los medios y de las colmenas

Los estudios nos demuestran que las redes usan estas maravillosas prestaciones para replicar códigos perceptivos//expresivos que pautan las explicaciones sobre lo que sucede en el mundo bajo modelos narrativos elementales, arcaicos, ligados a pensamientos míticos y mágicos (la épica, la parábola) o formas expresivas menores como el melodrama y menos ligados a expresiones superiores/complejas como podrían ser la
tragedia o la comedia; aunque a veces encontramos un periodismo que narra usando técnicas narrativas complejas (Scherer, Capote, Wolfe, Kapuściński, Svetlana Aleksiévich). Los micro-textos que pululan en las redes se vuelven aforismos perversos que disuelven cualquier exposición o argumentación. La instantaneidad borra o anula la conversación escuchante y comprensiva, la rapidez para contestar anula el tiempo para la reflexión.

Llama la atención que, en términos generales, la prensa especializada en narrar lo que sucede en el mundo sociopolítico, sigue usando la épica para contarnos lo que sucede en el mundo complejo de la vida política y social, y que requiere de modelos narrativos superiores, como la tragedia, que nos permitan ascender al entendimiento y la comprensión y superar los modelos que nos narran míticamente la lucha eterna contra los dragones sociales que salen de la cueva para amenazarnos con guerras, hambre,
corrupción, delincuencia, crisis económica, machismo desenfrenado, cambio climático, etcétera y de cómo fracasan o triunfan los san jorges (políticos y ciudadanos heróicos) ante una catarata de catástrofes cotidianas (basta con leer los encabezados de los diarios)…; y vuelta a la rueca informativa: de la cueva salen más dragones que amenazan
a la sociedad y surgen nuevos San Jorges con espadas diferentes. Las colmenas y las granjas informativas no acaban con esta ataraxia sino la avivan usando venenos verbales sarcásticos, ofensivos, excluyentes; los medios tradicionales se ahogan en este nuevo océano informativo y se vuelve un replicante perverso.

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