Durante años se robaron el agua frente a todos, montaron sus imperios líquidos a la sombra de pozos municipales, se inventaron sindicatos y se repartieron el botín de un recurso que pertenece a todos. Mientras tanto, millones de mexiquenses pagaban tarifas cada vez más altas y hacían filas interminables para llenar una cubeta.
La Operación Caudal, desplegada en 48 municipios del Estado de México, vino a romper ese pacto silencioso que mantenía secuestrado el abasto de agua. Más de 180 puntos de extracción ilegal fueron clausurados y 322 pipas aseguradas, muchas ligadas a organizaciones que se dicen “sociales”, pero que en realidad son mafias del agua: la Unión de Sindicatos y Organizaciones Nacionales; la Alianza de Autotransportistas, Comerciantes y Anexas de México, Sindicato Libertad, 25 de Marzo y compañía.
Estas agrupaciones, que durante años operaron con total descaro, hicieron del agua un negocio. Un negocio redondo. Mientras el costo regulado por 10 mil litros era de mil 131 pesos, los huachicoleros la revendían con sobreprecios de hasta +59%. Así convirtieron un derecho básico en mercancía, y la necesidad de la gente en ganancia personal.
El colmo el cinismo llega cuando, una vez clausurados los pozos, bloquean autopistas y avenidas bajo el argumento de “defender su trabajo”. Lo que realmente defienden es su negocio de algo que no es suyo. Su sistema de extorsión disfrazado de sindicato. Su estructura de chantaje, en la que, si un vecino no compraba a la pipa con el logotipo correcto, simplemente se quedaba sin agua.
Hoy el golpe que no vieron venir los dejó sin su mina líquida. Y por primera vez, el Estado, con la Gobernadora Delfina Gómez Álvarez al frente, les cerró el grifo. Sin discursos, sin espectáculo, solo con resultados y coordinación. Y ahí está la parte más incómoda para ellos: el abasto en los hogares no se interrumpió. El agua que llega por la red pública sigue fluyendo, lo que demuestra que su amenaza era falsa. Que el Estado puede garantizar el servicio sin pasar por sus manos.
Los huachicoleros del agua hoy gritan por los pozos cerrados, pero guardaron silencio durante años mientras exprimían a los mexiquenses bajo el cobijo de viejos regímenes. Y ese silencio, finalmente, se rompió.









