La crisis mediática y la narrativa de la oposición .
La oposición al gobierno de López Obrador ha construido una narrativa a través de los medios y las redes sociales centrada en descalificar las acciones de gobierno, acusándolo de ineficaz, incompetente: “sin plan ni rumbo”; habla de un “vacío de poder” y de “ un liderazgo ocurrente y autoritario”, “caminando al abismo”, etcétera. La crisis sanitaria ha sido un buen nicho para hospedar esta narrativa que busca primero, desgastar la alta credibilidad y apoyo popular del Presidente; y segundo, desbarrancar y cambiar el gobierno (revocación de mandato o “levantamiento popular”). La narrativa de la coyuntura se cuenta como una crisis externa que repercute en una crisis interna pre-existente. O si se prefiere una crisis interna que la crisis externa debilita e incluso puede colapsar al sistema y a su gobierno.
Para los opositores, el actual gobierno tiene un mal proyecto (la 4T), peor conducido y ejecutado; hablan de un gobierno guiado por ocurrencias bajo visiones nacionalistas añejas (populismo): los más radicales, pertenecientes a la oligarquía financiera/económica hablan de un “desastre” y exigen el cambio de gobierno de diversas maneras; otros, no necesariamente conservadores y que incluso votaron por AMLO, señalan que el liderazgo del presidente tiene rasgos autoritarios y no es congruente con su oferta política que se contradice con algunas acciones como la supuesta o creíble corrupción en algunos de sus funcionarios, el desdén por las causas feministas, el “abuso” del derecho de réplica contra la mediocracia, la debilidad contra los narcos y la política de migración, entre otras cosas.
Sin embargo, el objetivo opositor no queda definido: para algunos, volver al régimen anterior: ¿una restauración del capitalismo de accionistas? Para otros, establecer un modelo de capitalismo de Estado, meritocrático o de stakeholders. Esta vaguedad permite que ideologías diversas se “unifiquen” en la actual coyuntura (compleja y densa) a través de una crítica sistemática al gobierno y al líder del proyecto de la 4T. Hasta ahora, los opositores no nos muestran un proyecto alternativo claro que indique hacia dónde quieren reconducir al país, hacia dónde caminar; lo que nos expresan es su enojo o enfado ante cualquier acción del gobierno; de ahí la búsqueda febril por encontrar contradicciones e incongruencias tanto en la políticas de la 4T como en sus funcionarios, incluso indagar vidas privadas para mostrar incongruencias.
Seguramente como dice el historiador y hoy militante de la oposición, Héctor Aguilar Camín, esta visión critica, está “unificada” en el “círculo rojo”, ese espacio neoplatónico de los alfabetizados políticamente. Pero que una vez que triunfen, si lo logran, se disolverá o se fragmentará en opiniones diversas unificadas por la vuelta al statu quo anterior, bajo el lema de la “restauración de la democracia”. Su estrategia consiste en lograr que el “círculo verde”, la ciudadanía en general, recapacite y modifique su actitud positiva ante la 4T, debilite la aceptación de López Obrador y que esto, finalmente, se manifieste en las urnas, para revocar el mandato por vía democrática. Lo que “mostraría” el talante democrático de la mediocracia y su espíritu platónico de demandar un gobierno de ilustrados; aunque algunos influencers propongan asonadas, golpes duros y blandos, la narrativa de los comentaristas opositores tiene una patina democrática para esconder fobias y filias políticas.
Esta narrativa aparece como un revoltijo que une a críticos serios y respetables con “críticos” de diversa índole que lo mismo pertenecen a grupos políticos resentidos hoy sin poder que a sectores descorazonados con las acciones del gobierno lopezobradorista; incluso grupos extremistas que van desde los milenaristas zapatistas, pasando por anarquistas posmodernos y fascistas de nuevo cuño que siguen la agenda de las derechas e izquierdas radicales europeas. Bastaría con revisar quienes son los más de 800 comentaristas/editorialistas que pueblan los medios para darse cuenta de ello. La escena mediática se ha convertido en un talk show donde un conjunto de iluminados conversan entre sí ante audiencias invisibles y mudas que “explotan” en las redes virtuales convertidas en granjas informativas redundantes. Hasta ahora su influencia es menor de la que presumen; más bien, las fuerzas reales del poder juegan en otro casino. El espacio mediático se ha convertido en una arena de lucha libre: un espectáculo a tres caídas, sin límite de tiempo entre rudos y técnicos.
Para dónde irá la marea capitalista si sobrevive al Covid19
Manifiesto de Davos 2020
En este contexto, la mayoría de los medios tradicionales (prensa, radio y televisión ) se han sumado a esta narrativa, al main stream opositor. Son parte de la crisis y la viven ahora como una lucha por sobrevivir y volver a tener credibilidad, una nostalgia por volver a ser el “contrapeso” del poder ( si es que alguna vez lo fueron). Se trata de difundir noticias o comentarios que contradigan o pongan en duda las acciones de gobierno, asumiendo su rol de vigilancia, transparencia y rendición de cuentas del poder constituido. Vigilancia necesaria que se garantiza en la libertad de expresión y el derecho a la información. Función, por cierto, que los medios y sus comentaristas han ejercido con plenitud en este breve período de la 4T. Para bien o para mal se difunde de todo y los periodistas indagan, incluso impune y frenéticamente en todos los mundos sean íntimos, privados o públicos; producen lo mismo información objetiva y cierta que bulos, pos-verdades y fakes; diariamente y a toda hora inundan todos los espacios mediáticos.
Habría que realizar un análisis de contenido minucioso para evaluar si estos tsunamis informativos cotidianos ofrecen a sus lectores, radioescuchas y televidentes datos reflexivos que les permitan una comprensión sobre lo que sucede y si cumplen con la función sustantiva para construir un sistema de convivencia social fraterno e igualitario. Y, sobre todo, evaluar cuál es el sentido de la libertad de expresión, cuáles son sus límites y si existe la autorregulación y la autocrítica del trabajo periodístico; y así como lo medios y los periodistas demandan del poder respeto y seguridad, haciendo a un lado la victimización, así deberían exigirse rigor y garantías para su trabajo y respeto para los ciudadanos que los escuchan.
Nos surgen preguntas más que respuestas ante el espectáculo mediático de nuestros días: ¿por qué los medios y sus opinión makers habitan ahora las trincheras de una oposición fóbica/rabiosa, sean de “izquierda” o de derecha: se sienten tan lastimados por el poder presidencial?; ¿su enfado es solamente por la “soberbia” presidencial o porque ya no son los mediadores privilegiados ante la ciudadanía?; ¿existe en contraparte un “soberbia mediática”?; ¿no están acostumbrados a una presidencia que replica, polemiza?; ¿por qué a los comentaristas/influencers les repele la critica a su trabajo y rara vez reconocen que se pueden equivocar?; ¿está comprobado empíricamente que los posicionamientos del presidente influyen en una mayor violencia contra los periodistas tal y como lo mencionan los organismos defensores de los periodistas o son producto del alto riesgo de trabajar en las cloacas del poder y del crimen organizado?; ¿hacia donde dirigir la protesta contra los crímenes arteros contra los periodistas: sólo a un gobierno incapaz o cómplice; o también hacia los propios medios y periodistas que navegan en los espesos mares del crimen y el delito sabida cuenta de que en los meandros del mundo delictivo, de cuello blanco y azul, se urden complicidades que se trasforman en trascendidos que generan odios y rencores?; ¿cualquier crítica al trabajo periodístico mal hecho y difundido con mala intención es necesariamente un ataque a la libertad de expresión?
Para contextualizar la narrativa de la pandemia contada desde la oposición valdrá la pena tomar en cuenta que el sistema de comunicación público desde hace unos 30 o 40 años ha entrado en una crisis sistémica que anuncia la emergencia de un nuevo orden informativo. Observo lo siguiente:
- Una crisis económica que afecta a los medios de comunicación privados: sus ingresos de publicidad gubernamental decrecieron al igual que sus públicos hasta el borde la la sobrevivencia. El sector más afectado es la prensa escrita pero también afecta a la radio y la televisión. La industria mediática piensa que el gobierno ha roto las reglas del juego tradicional, las cuales establecían que el poder mediático cumplía funciones de vigilancia/contrapeso del poder político subsidiado por el dinero público (compra de espacio y tiempo o chayotes enmascarados en campañas publicitarias). En esta perspectiva los propietarios de los medios, una oligarquía, se concebían y se conciben como instituciones del Estado, el “cuarto poder” instituido. Al recortar el gasto publicitario gubernamental los medios pierden su estabilidad financiera y su viabilidad dado que muchos medios no tendrían capacidad de sobrevivir: con pocos lectores o insuficientes teleaudiencias no podrán competir en el mercado publicitario o comercial.
- Una crisis profunda de credibilidad y legitimidad de los medios de comunicación tradicionales (prensa, radio y televisión) que tiene ver con la perdida de su rol como mediadores entre los poderes (políticos y económicos) y sus públicos. La encuesta de Mitofsky de mayo 2020 nos indica la baja aceptación de los medios entre el público consultado, tan baja como las autoridades municipales:
Esta situación es producto de las políticas informativas de los empresarios mediáticos, que durante décadas fueron sometidas al poder político o al poder económico (dueños de los mismos) y de la explotación de los reporteros que se refleja en una pobreza del trabajo periodístico que en términos generales ha sido una constante en el periodismo mexicano (con sus excepciones). La libertad de expresión se ha acrecentado y está razonablemente garantizada a pesar de los asesinatos de periodistas a manos de los mismos poderes económicos y políticos. Esta crisis se refleja no solamente en los reducidos tirajes de la prensa escrita o en el poco interés de los públicos en los programas noticiosos que narran los acontecimientos sociopolíticos sino también en un crecimiento del periodismo especulativo, de opinión o de “investigación” que abreva en el escándalo y poco en la búsqueda de la objetividad, la relevancia y la verdad. Hace tiempo que no representan a la sociedad sino a grupos de presión políticos que tribalizan las opiniones y las disuelven. El ejemplo paradigmático de esta descomposición del trabajo periodístico son la revista Proceso y los periódicos Reforma y El Universal. Habría que analizar qué sucedió para que medios que practicaban un periodismo crítico, comprensivo, reflexivo y respetuoso se hayan degradado con narrativas construidas con verdades a medias, investigaciones sesgadas y posturas amarillistas; abrevando en el pozo de la posverdad. Los medios están en crisis de expresión y no lo admiten; viven contemplándose en su espejo narcisista. Cuando nos daba clases en la UNAM, don Fernando Benítez nos alertaba: cuando un periodismo se empieza a poblar de trascendidos y de editorialistas, columnistas y articulistas el periodismo abandona su función esencial: dar cuenta de lo que sucede y dar voz a los que no tienen la oportunidad de opinar desde el privilegio de estar en una columna o en una mesa de análisis en la radio o en la televisión.
- Una gran reconversión tecnológica que modifica la naturaleza y la estructura de los medios y que se expresa en el tránsito de una comunicación media-céntrica a una poli-céntrica: el camino a un sistema distal. Emerge un nuevo sistema de comunicación social y política que permite que las personas y los ciudadanos produzcan, distribuyan y consuman información desde muchas fuentes informativas atemporales, deslocalizadas y trans-territoriales. Este tránsito presiona a los medios tradicionales. Tendrán que realizar un cambio estructural que implica una reconversión radical de los modos de producir y distribuir información; requiere de una nueva división social y técnica del trabajo que pone en entredicho el poder de la industria mediática. Esta reconversión lleva consigo la subordinación al internet y a la consecuente pérdida del control sobre lo que se informa. Desde esta perspectiva, en el mediano plazo, no tienen futuro las actuales formas de producir noticias ya que sus viejos formatos expresivos impiden la interactividad y el monopolio de lo que se informa. Hemos pasado de una estructura de mediadores profesionales anidada en oligopolios informativos a una constelación de nodos de información (en el ciberespacio) guiada por líderes de opinión; soportada en plataformas que no solo vehiculan la información sino que la controlan (Big Data). Implica también una crisis de las prácticas profesionales del periodismo y una reconversión inédita de su trabajo. La pregunta: ¿qué sucederá con los profesionales de la comunicación una vez que el desempleo se generalice?
Dentro de este contexto, la crisis sanitaria emerge como un factor que acelera y agudiza los procesos de disolución del sistema de comunicación social (público/privado) no solamente la crisis del sistema social y político. Me pregunto: ¿ avivando una crisis política que sólo existe en el círculo rojo? Pero tal vez la pregunta clave sea: ¿qué significa para un gobierno que se asume transformador afrontar la crisis sanitaria, económica y política con sistema de comunicación social en crisis? Es la disputa por la credibilidad. Lo trataremos de responder en el próximo artículo.